Comentario
La aprobación definitiva de la Constitución de 1978 planteaba la posibilidad de la celebración inmediata de unas elecciones. Adolfo Suárez fue siempre partidario de llevarlas a cabo de modo inmediato. En octubre de 1978 se celebró el I Congreso de UCD para prepararlas, mientras los ayuntamientos seguían en manos de autoridades no elegidas democráticamente. Puesto que debía producirse una consulta popular era mejor que fuera de carácter general y no tan sólo municipal.
Convocadas las elecciones, los diferentes partidos enfocaron la campaña de acuerdo con la que había sido su trayectoria en los meses precedentes. UCD tuvo algunos conflictos de trascendencia a la hora de elaborar sus candidaturas. Su campaña electoral estuvo fundamentada en recordar que había cumplido su programa mientras que la oposición no estaba aún en condiciones de acceder al poder. La estrategia del PSOE consistió en afirmar exactamente lo contrario. Ahora tendieron a desaparecer algunos de los dirigentes históricos procedentes del exilio, mientras que conseguían puestos relevantes en las candidaturas personas procedentes del PSP. Con ello quedaba definitivamente configurada la unidad de los socialistas y, además, éstos se beneficiaban del voto urbano simplemente progresista que, en Madrid, se había identificado con Tierno. Desde un principio el resultado electoral se jugó entre estas dos fuerzas políticas entre las que, en los momentos iniciales, dio la sensación de existir una mayor paridad que en 1977. Durante toda la campaña el resultado dependió del elevado porcentaje de indecisos (un 40%). Una muestra de la evolución de la sociedad española desde una modesta movilización política hasta el desencanto la da el hecho de que disminuyera de manera drástica el número de mítines. Un tercio de los votantes centristas decidió su voto en el último momento merced a los últimos programas de televisión.
Los resultados de las elecciones de marzo de 1979 confirmaron las tendencias de 1977. El sistema de partidos siguió siendo polipartidista con variaciones mínimas pero significativas. UCD perdió algo menos del 1 % de su voto, pero sumó tres escaños más debido a las características de la ley electoral. Había subido algo en las zonas de izquierda, pero su voto se había deteriorado en las tradicionalmente conservadoras. Los resultados electorales logrados en 1979 desmentían la afirmación socialista de que se trataba de un grupo efímero carente de verdaderas posibilidades de perduración. Mantuvo su sólida implantación urbana, no se vio apenas afectado por la ampliación del sufragio hacia los estratos más jóvenes y continuó manteniendo el apoyo de uno de cada cuatro o cinco trabajadores industriales.
El PSOE pasó de 118 a 121 diputados pero, teniendo en cuenta que había incorporado al PSP, sus resultados suponían una disminución efectiva tanto en el número de escaños como en el de votos (algo menos del 3%). El PCE experimentó una severa decepción. Si en 1977 había podido argüir que el voto comunista estaba por debajo de sus posibilidades por el recuerdo del franquismo, ahora tenía menos argumentos para hacerlo. Su incremento apenas fue superior a un 1% del electorado y continuó sin una verdadera implantación nacional. Casi la mitad de sus votos y 15 de sus 23 escaños los logró en Cataluña y Andalucía, pero en la primera inició ya un declive. Coalición Democrática (AP más sus aliados) perdió algo más del 2% del electorado pero esto bastó para que el número de sus escaños pasara de 16 a 9. El incremento del voto regionalista, en especial en Andalucía y en el País Vasco, fue el cambio más destacado del voto en estas elecciones, mientras que, por el momento, permanecía estacionario en Cataluña.
Los resultados de marzo de 1979 contribuyen a explicar la posterior evolución de cada una de las fuerzas políticas. Aunque UCD había triunfado, al menos en términos relativos, la verdad es que los analistas debieron haber visto determinadas fragilidades en ella. Buena parte del voto UCD era simplemente suarista, de modo que podía desvanecerse en el caso de que se desmoronara la figura del presidente. Suárez obtenía una calificación de 7 sobre 10 en los sondeos de opinión, algo infrecuente para un político europeo de la época que convierte en inteligible que fuera el destinatario principal de los ataques del PSOE. Por otro lado, UCD tenía en contra suya un creciente, aunque suave, decantamiento del electorado español hacia la izquierda. El PSOE llegaría a obtener una hegemonía en la política española pero sus perspectivas de llegar al Gobierno no eran muy optimistas en la primavera de 1979. Así se explican las divergencias internas que se produjeron en el siguiente congreso del partido. Tampoco la derecha estaba satisfecha con los resultados electorales. Fraga llegó a pensar en el abandono de la vida pública. Los resultados electorales de los comunistas distaban también de ser satisfactorios. Con independencia de los factores ideológicos, fue la voluntad de Santiago Carrillo por imponer una rectificación en aquellas organizaciones de su partido de las que pensaba que su rendimiento había sido peor lo que explica la crisis posterior del PCE.
Los resultados de las elecciones municipales, celebradas inmediatamente después de las generales, permiten explicar tanto la actitud de la opinión pública española como las expectativas de los grupos políticos. De nuevo venció UCD si atendemos al número de concejales electos (más de 29.000 frente a los 12.000 socialistas). Pero estas cifras resultan engañosas. Los socialistas consiguieron 12.000 concejales pero, en especial, unas cuotas de poder político importantes gracias a los acuerdos suscritos a principios del mes de abril con los comunistas, que habían obtenido unos 3.600. La presencia de Enrique Tierno Galván como alcalde de Madrid se convirtió en un símbolo de la capacidad gestora de los socialistas en puestos municipales. Este hecho probaba, además, que si los españoles, por el momento, no concedían a los socialistas el poder central no tenían inconveniente en mantenerlos a prueba en los ayuntamientos.